miércoles, 24 de octubre de 2007

hombre al agua

Blixa siempre tuvo una relación normal con el agua. De chiquito solía ir a Mar Chiquita y pasaba horas construyendo castillos de arena junto al mar y cada tanto corría a la orilla a mojarse los pies para no quemarse con la arena caliente. De más grande disfrutaba de la playa y del agua pero de otra manera, como espectador aunque no se privaba de un buen chapuzón de vez en cuando. Después de pasar varias horas en la oficina o en juicios, Blixa tomaba un baño caliente y muchas veces se quedaba dormido durante el mismo. Ya llevaba más de seis años con Irene, con sus idas y vueltas que siempre sumaban más idas. Cuando Blixa entró a ese café esa tarde no pensó que la iba a encontrar a ella con su primo. Al sentirse doblemente traicionado no sintió otra necesidad más que la da de quedarse en su casa. Ya no hacía falta salir, y más tiempo pasas encerrado menos necesidad de estar afuera sentís. No hay casi ningún problema en estar encerrado, el problema está en lo que haces durante el encierro. Durante los primeros cuatro meses Blixa lloraba todo el tiempo. Después empezó a pintar, a escribir, a experimentar. Las tardes de sol las pasaba junto a la ventana, por donde podía ver todo el parque. Pero en ningún momento paró de llorar. Todo lo que hacía lo hacía llorando. Aún cuando reía por algo cómico que veía en la televisión o en algún libro que encontraba en su casa, lloraba. De felicidad, pero las lágrimas estaban siempre presentes. Blixa no se preocupó por si era sano o insano esto, su única preocupación ante el llanto (excesivo o no) era que consideraba que no era estético un hombre llorando, “pero quién me ve acá adentro” pensó. El único conflicto que esta nueva costumbre le traía acarreado era que sufría momentos de deshidratación pero por suerte el agua era lo único que era imposible que se agotase dentro de la casa. Agua siempre va a haber.

Llegada la navidad el calor se hacía insoportable y Blixa se sentía mareado y cansado aunque no hiciese nada que involucre esfuerzo. De a poco comenzó a sentirse débil, y que ya no podía pasar las tarde en la ventana por donde entraba el sol. El sol aumentaba su debilidad. Cuando se bañaba era el único momento del verano en donde se sentía completamente bien. A la llegada del otoño ya le costaba caminar, a veces ver y durante pequeños lapsos no podía razonar, ni entender. En Pascuas, Blixa recibía siempre la visita de su primo José. Ese viernes de ramos José entro al departamento y al no encontrar a Blixa le dejó una nota sobre la cama. “Al fin saliste”. Blixa se extrañó que a pesar de sus reiterados llamados e intentos de saludar a su primo José no lo hubiera visto, pero después de unos instantes de reflexión llegó a la conclusión de que la gente se atolondra en Pascuas. El invierno era muy frío lo que endurecía por completo a Blixa quien debía ser cuidadoso de no romperse ni caerse. La heladera ya no era necesaria, mucho menos el freezer. Y Blixa continuaba llorando. Ya no se acordaba ni de Irene, ni de su primo, ni de todo el resto de su vida anterior al agua. Recordaba vagamente algunas situaciones y momentos, pero el recordar sólo traía acarreado más llanto, aunque no necesariamente tristeza. Un domingo en donde ya casi no parecía invierno Blixa se acomodó junto a la ventana para mirar el parque como hacia mucho tiempo no hacía. Abrió la ventana para que entre la ligera brisa y se quedó dormido. Pasaron unas horas y Blixa sintió un cosquilleo en todo su cuerpo. Miró a su alrededor y vio que esa sensación era a causa de unas palomas que se acomodaron junto a la ventana. Estaban sedientas y vieron en Blixa una buena solución para su problema. Él se quedó junto a ellas, llorando. El sol cada vez era más fuerte y las palomas estaban más sedientas. El llanto de Blixa también iba en aumento por el sólo hecho de ser domingo, el día más acorde a el de todos. Las palomas, el sol y el llanto debilitaron por completo a Blixa, cada vez más y más. Comenzó a deslizarse por la ventana cayendo dentro de la rejilla, hacia el fondo del edificio hasta las alcantarillas. Así siguió viajando y llorando hasta que en un instante no estuvo más.

jueves, 5 de abril de 2007

resT.


La lluvia viene y limpia mis culpas. Seca todo despues y siembra nuevas cosas.
Yo me cansé del infierno, del que me hice yo, del que me hiciste vos.
Escapar lejos podrá ser la única salida, pero no me hace olvidar.
Yo provoco esto.
Yo lo hago persistir y hago que me devore.
El fondo de la tumba tiene una almohada, donde mi cabeza puede apoyarse.
Preferiría no ver. Ceguera de luz.
Y auto perdón, más alla de auto pena.

jueves, 15 de febrero de 2007

Lo bueno de estar descalza.


Lo bueno de estar descalza es que estás lo más cerca que podes del piso, de la tierra.
Lo bueno de estar descalza es que te ensuciás con tierra visible, que podés remover en un segundo y volvés a estar como cuando no estabas descalza.
No estás subida a ninguna plataforma que te eleve de ninguna manera, ves todo como es, y sentís todo como es. Sin ningún reparo que te proteja, te levante o te suavice el andar. Ese resguardo que hace que lo más cercano a la tierra de nuestro cuerpo sea lo más lejano. Perdemos toda conexión con el encierro. Aunque siempre lo más resguardado es lo que más contacto tiene, mientras que todo lo exterior roza..roza..y roza.

martes, 13 de febrero de 2007

El hombre lágrima


Un día se entristeció, y nunca más sonrío. Cada acción que realizaba era acompañada de llanto y bañadas en lágrimas saladas. El tiempo pasó y fue convirtiéndose en otra cosa, la tristeza estaba instala en él, y era su única compañia. Tal compañera era que hasta le producía tristeza echarla. A donde el iba, llovía. Dejó de ver el sol. Dejo de ver. Sus ojos se transformaron en dos gotas de agua cristalina y pura, en dos lágrimas. Pero recién ahí, volvió a sonreir.

lunes, 12 de febrero de 2007

Waiting for the end



Hay un hombre en la mitad de la calle. No hay luces, salvo el reflejo que otorga la luna. Una bolsa (de supermercado más que de almacén) es sostenida por áquel hombre. En la otra mano no hay nada. Sólo sus propios dedos. Erguido mira hacia delante. ¿Se le cayó la llave?, te preguntás si pasas cerca de él durante el instante en el que decidió que habia dejado de tener sentido el seguir cruzando la calle.